UN NUEVO DÍA
Si mis ojos despertar a un nuevo día pudieran
sin mirar atrás en la distancia.
Si ninguna cadena
atara mi cuerpo
a esta realidad enferma
de mi habitación a oscuras.
Si mi fe no se aferrara a una esperanza incierta
de temores sujetos a la inexpresión de mi gesto.
Si mis pies pudieran dirigirse
hacia la ventana opaca de la indiferencia
y romper esos cristales, que sin estar rotos,
se clavan en la sombra de mi cuerpo
tendido sobre la colcha
donde naufragaron mis sueños.
Si mi boca pudiera gritar
sin que el mismo grito me ahogue.
Si mis oídos escucharan
otras palabras que no fueran ofensas.
Si mis manos pudieran tocar la melodía
que en un susurro me dice ya basta.
Si mi lengua pudiera saborear no solo las hieles
de un amor que es guadaña.
Si yo pudiera decir, solo decir
y no quedarme muda.
Si mi espíritu no se tambaleara
al impulso de su queja.
Si yo simplemente fuera yo
y no una desdeñada
muñeca
que rota llora
humedeciendo mi almohada,
en la cárcel de sus brazos,
que son noche en mi conciencia.
Si pudiera mirarle a los ojos
y ver que en ellos
hay tormenta.
Si pudiera, si tuviera el valor le diría
que esta que soy yo, y no mi sombra,
no teme mirarse en sus ojos
pues la tormenta pasó
y con la tormenta mi sombra.
Si yo pudiera poder, podría,
Y al poder poder, puedo y debo
Y digo: hoy es un nuevo día
en el que tu ya no estás.
Ana Mª Aguilar Escobedo.
Con este poema quiero decirles a las mujeres que sufren mal trato que sí se puede decir: Hasta aquí he llegado.
El liberal, 25 de Octubre 1928,
p.3
"La mujer camina en su evolución, adquiere personalidad día por
día, anda y se esfuerza, aborda de frente los problemas, da cara a la vida.
Frente a este cambio femenino, el hombre se aterra y añora
melancólicamente los tiempos en que ellas no tenían más ideal que atender sus
exigencias exóticas y domésticas. En algunos tipos exaltados el asombro se
torna en reacción aguda de odio y rencor: su dignidad de gallo no puede
permitir que la mujer –una mujer- no agote su existencia en la servidumbre de
sus deseos. Es la cosa que se nos hace de pronto persona.
Esto explica algunos crímenes llamados pasionales, que no el amor.
Antes el hombre tenía celos de otro hombre: Ahora los va teniendo de ese ideal
que la mujer vive a sus espaldas.
Contra esto sólo se nos ocurre un remedio: comunidad de ideales,
integración espiritual de sus vidas.
Es preciso que el hombre se dé cuenta de que a la mujer de hoy no se
la puede ya conquistar con la promesa de un porvenir económico y social seguro
y descansado. La mujer ha descansado durante mucho tiempo, y ahora sale de su
sábado, y con plenas energías, con magníficos anhelos, para construir su mundo.
Y esta mujer nueva no reniega, ni siente rencor por el hombre, pues que no se
siente esclavizada a él.
Pero se le exige un espíritu digno del suyo: sí se le pide (en vez
del mefistotélico collar) un ideal que de perspectiva a sus vidas, unidad
efectiva a su unión.
Y ha sido tan rápido el viraje de la mujer en sus exigencias que
el hombre, descentrado, inadaptado, no sabe –generalmente- o no quiere
colmarlas. ¡Pero al menos que no nos maten!"
Esto lo escribió María Zambrano en el primer tercio del siglo XX. Hoy seguimos lamentando las muertes de muchas mujeres a mano de sus parejas.